Unos 811 millones de personas, la décima parte de la población, padecen subalimentación en el mundo. La emergencia del COVID-19 agudizó la precariedad en la que viven las poblaciones más pobres. África es el continente con un mayor repunte del hambre. La ONU insta a transformar los sistemas alimentarios con el fin de erradicar el hambre para 2030.
La crisis económica de 2020, derivada en gran parte de la pandemia de COVID-19, detonó uno de los mayores aumentos del hambre en el mundo en décadas, afectando a casi todos los países de renta baja y media. En algunas regiones -sobre todo en África y Asia- a esta recesión se aunaron otros factores, como los desastres relacionados con el clima, los conflictos o la combinación de ambos, incrementando enormemente la tasa de población desnutrida, revela un nuevo estudio interagencial de la ONU publicado este lunes.
El Estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, elaborado de manera conjunta por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), cifra en 811 millones el número de personas subalimentadas en 2020, cerca de la décima parte de la población mundial.
El aumento de individuos subalimentados de 2019 a 2020 alcanzó 118 millones con desigualdades regionales calificadas como “persistentes y preocupantes” por los autores del informe.
Hambre por regiones
Del número total de personas desnutridas en 2020, más de la mitad (418 millones) vive en Asia y más de un tercio (282 millones) en África, mientras que en América Latina y el Caribe habita el 8% (60 millones). En comparación con 2019, 46 millones más de personas en África, casi 57 millones más en Asia y alrededor de 14 millones más en América Latina y el Caribe, se vieron afectadas por el hambre en 2020.
Estos datos significan que una de cada cinco personas (un 21% de la población) enfrentaba hambre en África en 2020, más del doble de la proporción de cualquier otra región, lo que representa un aumento de 3 puntos porcentuales en un año. Le siguieron América Latina y el Caribe (9,1%) y Asia (9%), con incrementos de 2 y 1,1 puntos porcentuales, respectivamente, entre 2019 y 2020.
Aun en América del Norte y Europa, donde se encuentran las tasas más bajas de inseguridad alimentaria, la incidencia del lastre aumentó por primera vez desde el comienzo de la recopilación de datos de la Escala de experiencia de inseguridad alimentaria, en 2014.
En cuanto a la afectación por género de la inseguridad alimentaria moderada o grave, se observó una tasa 10% más alta entre las mujeres que entre los hombres en 2020 , frente al 6% registrado en 2019.
Seis recomendaciones
En su llamado a transformar los sistemas alimentarios como condición esencial para lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y poner las dietas saludables al alcance de todos, subraya la necesidad de políticas e inversiones que contrarresten los factores determinantes del hambre y la malnutrición.
Con este fin, traza seis recomendaciones a los encargados de las políticas alimentarias de los países para que las apliquen de acuerdo con su realidad nacional:
- Integrar las estrategias humanitarias, de desarrollo y de consolidación de la paz en las zonas de conflicto, por ejemplo, mediante medidas de protección social que eviten que las familias vendan sus escasas pertenencias para alimentarse
- Ampliar la resiliencia de los sistemas alimentarios frente al cambio climático, ofreciendo a los pequeños agricultores un amplio acceso a seguros contra riesgos climáticos y financiación basada en previsiones científicas
- Reforzar la resiliencia de la población más vulnerable ante las adversidades económicas mediante programas de apoyo en especie o en efectivo para reducir los efectos de la pandemia o la volatilidad de los precios de los alimentos
- Intervenir en las cadenas de suministro para reducir el costo de los alimentos nutritivos fomentando la plantación de cultivos bioenriquecidos o facilitando el acceso a los mercados de los productores de frutas y hortalizas
- Combatir la pobreza y las desigualdades estructurales, impulsando las cadenas de valor alimentarias en las comunidades pobres mediante transferencias de tecnología y programas de certificación
- Fortalecer los entornos alimentarios y promover cambios en el comportamiento de los consumidores, por ejemplo eliminando las grasas trans industriales y reduciendo el contenido de sal y azúcar en los alimentos, o protegiendo a los niños frente a los efectos negativos de la comercialización de alimentos